Todas las mujeres somos putas, eso lo tengo bien claro. Unas son más astutas que otras, unas consiguen más que otras, unas se lo disfrutan más que otras, pero todas, en fin, somos putas.
¿Qué es una puta?
Mi sabia madre me dijo desde niña que la vida de una mujer no era fácil, en especial, en este país machista-tercermundista en el que nací. A mis 12 años, compartió un secreto de hermandad: las dos herramientas mas importantes para que una mujer sobreviva en este mundo son tener buen crédito y saber manipular a los hombres. A los 16 años me sacó mi primera tarjeta de crédito para que puisera en práctica la primera herramienta. La lección para la segunda herramienta comenzó esa misma noche.
Me había bajado la regla por primera vez, así que la liberal de mi madre me dijo: “Como ahora te puedes preñar pues te voy a dar el ‘sex talk’”. Era una niña precoz y veía muchas películas R, así que ya sabía por donde venía la cosa. Mami me dice: “El sexo es lo mejor que vas a hacer en la vida. No conozco a nadie que diga que no le gusta” y comenzó a darme explicaciones explícitas de lo que iba a sentir y de lo que iba a hacer. Siguió: “Cada vez que lo hagas usa un condón, no te puedes preñar, si te preñas te lo sacas y no me digas nada porque yo soy tu madre y se supone que te regañe”. Entendido. Finalizó: “Nunca te mueras por un hombre, que ellos se mueran por ti y ya sabes, una dama en la calle y en la cama se lo que tengas que ser”. Ya entrada en la adolescencia entendí esa parte. Una cosa es ser puta y otra cosa es putear. Años mas tarde, mi abuelo, que en paz descanse, me dice de la nada sentado en el balcón de su casa: “Aunque estes molesta con tu marido, acuéstate con él”. Me chocaron sus palabras, era la primera vez que me hablaba como hombre y no como abuelo. Cuando me molesto con Alfredo, pienso en él. Aprendí la diferencia del sexo para el hombre y para la mujer. Los hombres son animales, se manipulan en la cacería, no desnudas.
A los 14 años, mi madre me mete a coger clases de refinamiento, claro, ella juraba que yo me iba a casar con el príncipe William. Entre lección y lección me confundía el por qué los hombres le tienen que abrir las puertas a las mujeres, de por qué el hombre debe pararse al frente de la mujer en las escaleras eléctricas, de por qué el hombre, cuando se cruza la calle, debe estar al lado de donde venga el tránsito. Me hacía sentir como una inútil. ¿Dónde están las feministas? Me dejé llevar por la corriente, es cuestión de que te valoricen, pensé. No le di cabeza hasta varios años después.
Cuando vivía en Los Angeles, el esposo de una amiga dijo: “Yo no sé por qué el hombre tiene que pagar la cuenta en las citas. Las mujeres hoy día trabajan y la pueden pagar. Además, no buscan la igualdad con los hombres, pues que paguen”. Sentí esa cosquillita que te entra por los pies, te recorre la sangre y te empieza a latir el cerebro, agudizado por el ron que había consumido, no me pude aguantar y escupí: “Porque por eso les mamamos las pingas”. Pasó como en las películas, hasta la música se apagó y todo el mundo me miraba. Ahora que tenía la atención de todos en la habitación, abundé: “Mira nene, tu te crees que nosotras nos morimos por mamártelo, pues déjame decirte que no. Te crees que nos gusta ponernos en cuatro y darte el culo, pues no. Los gay lo hacen porque ellos tienen próstata, nosotras no tenemos. Tú te crees que nos gusta acostarnos con ustedes a cualquier hora en cualquier parte de la casa o en público. Pues no. Lo hacemos por deber. El deber de una mujer a mantener a nuestra pareja contenta. Lo menos que tu puedes hacer por mí es pagar la cuenta del restaurante, abrirme la puerta del carro y comprarme flores de vez en cuando. Nosotras los mantenemos contentos y ustedes pagan, ¿entendiste?Fulanita (voy a mantener el nombre de la esposa en el anonimato) si se queja, sus razones tendrá. Haz algo por él.” Por lo visto, no entendió mucho porque ambos se fueron de la fiesta. Ahí, rodeada de amigos que me aplaudieron, comiendo pizza de Domino’s y medio mareada del alcohol, me di cuenta que había encontrado el santo grial de las relaciones.
Semanas después conozco a Alfredo. Después de enamorarme hasta el tuétano, Alfredo me dice: “Quiero sacarte a comer, pero no tengo dinero. Tenemos tres opciones, quedarnos en la casa, salir a un restaurante, pero nos dividimos la cuenta o te puedo llevar al KFC que queda aquí al lado”. Yo decidí ir al KFC. Alfredo se sintió macho al sacarme de la casa y pagar por nuestra comida de fast food. El KFC estaba vacío, el manager nos atendió, nos llevó la comida a la mesa, me regaló un pop-corn chicken y cantamos hasta la medianoche la música de los ochenta que tenían en la radio. Cuando botamos la basura y pusimos la bandeja encima del zafacón. Alfredo y yo nos miramos y él me dice: “No puede ser que la mejor cita de mi vida haya sido en un KFC”. Sí, así fue. Y en ese momento, Alfredo me abrió la puerta del establecimiento y después la del carro. Ese día me enteré que me había convertido en su puta.
Después de cuatro años de relación, de miles de salidas y cientos de conversaciones existenciales. Alfredo me lleva casualmente al cine. Alfredo y yo nos enamoramos en el cine y también hemos debatido intensamente por largas horas a consecuencia del mismo. Vimos Inception. La película estaba muy buena, pero a Alfredo le encantó. Mientras hablamos con terceras personas, me percato de la fascinación de los hombres con la misma. Todos estaban mamando con la puta película. Se decían que entre sí que esa trama tan ingeniosa y original hacía la película inolvidable. Yo solté una carcajada y Alfredo me miró con una ceja más arriba de la otra y me pregunta: “¿No te gustó?” Respondo que sí, pero que no era para tanto. ”¿Cómo que no es para tanto? Ese guión y esas secuencias estaban espectaculares”. Le digo: “Sí, Alfredo, estoy de acuerdo, en lo que no estoy de acuerdo es con que la película es original e ingeniosa”. Alfredo cuestiona: “¿Cómo que no es original?” En ese momento, comparto el santo grial con mi pareja, aquel consejo que me dió mi madre cuando caí en menstruación por primera vez y que me cambió la vida: “Nada que no hayamos hecho las mujeres desde el principio de la humanidad”. Alfredo luce confundido. Abundo: “Cuando una mujer quiere algo de un hombre le siembra la semilla de esa idea en el cerebro y le hacemos creer que esa grandiosa idea se le ocurrió a ustedes, le aplaudimos y le decimos: Mi amor, que brillante idea, tu eres tan inteligente”. Alfredo no lo quiere aceptar. Me dice: “O sea, que cada vez que de tu boca sale qué brillante idea, tu eres tan inteligente, ¿tú querías que hiciera eso?” Contesto afirmativamente. ”Dame un ejemplo” me exige. Obviamente, le doy uno hipotético. ”Imagínate que yo quiero que tu aprendas a hacer mojitos porque es mi trago favorito, pero como la mayoría de la mujeres dicen sin saber que están mintiéndose a ellas mismas, yo quiero que salga de ti. Cuando a ti te dió por hacer el huerto en el balcón, yo te hubiera dicho que sembraras albahaca, romero y yerbabuena, aunque yo no uso la yerbabuena para nada. Las plantas hubieran florecido y al tu cortarlas hubieras pensado para qué sirve la yerbabuena. Yo me hubiera hecho la pendeja y te hubiera dicho que no sabía y tu mente llena de lógica y sentido común hubiera dicho para hacer mojitos y yo te hubiera dicho, mi amor eres un genio. Así funciona.” Alfredo comienza a reírse y me dice el mejor halago que una mujer inteligente pueda recibir de un hombre: “Cabrona”.
Las peores putas
Las peores putas son las mujeres de Torrimar. No sabía que existían hasta que me mude al área metropolitana hace dos años. Una mujer de Torrimar, no es una mujer que viva en esa área geográfica específicamente, ser de Torrimar es un estilo de vida. Son mujeres que las estrenan desde niña a no ser independientes y piensan que el logro mas grande de una mujer es casarse con un hombre que venga de familia adinerada, aunque él no sirva para nada, las mantenga y las preñe para así asegurarse de no trabajar. Casi todas son estadistas, no saben cocinar y tienen una empleada doméstica. Buscan a sus hijos a la escuela conduciendo guaguas de marcas europeas, aunque no las puedan pagar, porque es muy importante comerle mierda a los demás padres. Se visten de ropa de gimnasio aunque no hagan ejercicios porque prefieren ir a Figurella, que cansarse. Odian a Calle 13 y piensan que Sylvia Rexach es una actriz. Compran carteras Gucci y creen que Boticelli es una pasta. Hacen fiestas en la marquesina de sus casas para vestirse porque es mas importante lo que llevas puesto que tu presencia. No leen Cien años de soledad, pero estan suscritas a Imagen. Hacen préstamos para que sus hijas desfilen en el Caparra Country Club, pero no le dan un centavo, ni le dedican tiempo a alguna organización filantrópica. Para ellas, Versailles es un restaurante cubano, no el palacio de María Antonieta. Aguantan cuernos porque es mas importatne la vida de apariencia a vivir pobres. Viajan a conciertos a Miami, van de shopping a NYC, esquian en Colorado, pero jamás viajan para aprender cultura o algo del mundo. Hacen de tripas corazones para que sus hijas estudien en CPN o Maria Reina y la graduación no es cuando la niña culmine cuarto año, sino cuando de su cuello cuelgue una sortija cuadrada con un león en el centro y la frase “fortes in fide”.
¿Por qué estas son las peores putas? Porque estas mujeres no se merecen lo que los hombres les dan. La diferencia entre estas mujeres y un mantenido por el gobierno es le tamaño de sus casas. No aportan nada a la sociedad y lo peor de todo es que tampoco quieren hacerlo. Por lo tanto, con esas mentalidades retrógradas y la falta de un sentimiento de pertenecer a una sociedad, no me sorprende que este país este tan jodido.
Recuerdo que me invitaron a una cena a casa de una mujer de Torrimar de mi edad. No tenía muchas ganas de ir, pero como Alfredo me arrastra a hacer networking a cualquier lugar y quedaba demasiado cerca de mi apartamento como para decir que no, accedí. Me pongo unos mahones y unos flats, total, era lunes por la noche. Alfredo no aprueba mi selección de ropa, él tiene más experiencia que yo con estas mujeres, así que me puse unos wedges, eso sí, rehusé maquillarme. Cuando llego a la fiesta, todas las mujeres estaban vestidas como si fueran para una entrevista de trabajo en Vogue. Los hombres se pusieron a jugar XBox y las mujeres se quedaron en la cocina hablando de CostCo. Miro a Alfredo con cara de amargura y el me devuelve la mirada vacía. La dueña de la casa me pregunta de la nada que cuando me voy a casar y le contesto que no siento la necesidad, que vivía con él hace años y la única diferencia entre casarme y lo que tengo ahora es un papel, que si casarme es tener una fiesta, puedo esperar. Claro, estas mujeres no entienden eso, no las dejan vivir solas antes de casarse y tampoco pueden pernoctar en casa de sus parejas porque hay que aparentar que eres una católica apostólica romana y no vives bajo el pecado de la carne. Le digo que de mi parte tampoco me convendria porque me pienso casar por capitulaciones. Me dice que no importa, que ella estudió derecho y se dió cuenta de la importancia del matrimonio. Le digo que mi papá es abogado y si fuera importante casarme, ya me lo hubiera dicho. Le pregunto hace cuanto se había casado, me dice que hace menos de un año y abundó: “Yo no tuve un compromiso así como que él me propuso matrimonio, después de terminar derecho le dije a mi marido que ya era hora de casarnos que me diera un año para planificarla y la boda la pagó mi papá”. Obviamente, el padre le pagó la boda, ya sabía que era una típica Torrimareña y obviamente, el marido no le propuso matrimonio, parte del plan es meterle a la mujer por los ojos al hombre, además de que entre ellos, no hay química, se nota a leguas. En cambio, yo seré ilusa, pero espero que el día que Alfredo me proponga matrimonio, se arrodille, llore como protagonista de novela de Televisa, y me diga las razones por las cuales no puede vivir sin mi. Le contesto que si mi papá fuera a gastar dinero en una boda, preferiría que me lo diera para yo inventirlo en mi negocio. Que Alfredo y yo tenemos un contrato que, aunque no es matrimonial, nos ata legalmente y que la única ventaja que veo es poder compartir el seguro de salud con él porque ahora mismo no tengo ninguno. Me dice: “Yo leí un caso, en la escuela de derecho, de una mujer que el marido estuvo en el hospital y no pudo tomar decisiones por él porque no estaban casados”. Le digo que eso le conviene a Alfredo porque yo creo en la eutanasia. La chica se me queda mirando como Tyra Banks, sonriendo con los ojos, sin decir nada, pienso que ella cree que la eutanasia es una vitamina antioxidante recetada por un naturópata. No me entiende y la verdad, yo tampoco a ella. Saca el álbum de boda y me dice que no lo puedo ver a menos que me lave las manos y tampoco podía estar a seis pies de distancia si tenía un trago en la mano. Alfredo le pregunta al marido si ella está hablando en serio y él le dice que sí y ella añade: “si el álbum te hubiera costado $3500, tú estarías igual que yo”. Vamos a aclarar, no me quiero casar y mucho menos quiero ver el album de boda de una persona que he visto tres veces en mi vida y si ese album costó $3500, además de que es una estafa, no le costó nada a ella, porque ella es una simple recién graduada de derecho, que se colgó en la reválida y el marido la mantiene. Y esa mujercita se cree que puede darme consejos o tan siquiera hacerme saber que lo que ella tiene es mejor que lo que yo tengo. La gente tiene que entender de una vez y por todas, que no todos queremos lo que ellos quieren. A mí la felicidad me la trae mi independencia. Yo no me acuesto con un hombre para que me mantenga, yo me acuesto con un hombre porque quiero.
Las mejores putas
Efectivamente, esas son las mejores putas. Las mujeres que se acuestan con los hombres porque quieren, porque aman a su pareja sin querer nada de vuelta, excepto respeto e igualdad. Las mejores putas son las mujeres independientes que no necesitan de un hombre, tienen uno porque las complementan. Las mejores putas son las que se quieren a ellas mismas más de lo que jamás amarán a un hombre. Son mujeres que aman con la razón, no por conveniencia. Si el marido les pega cuernos, lo dejan. Y esa es la clave, las mejores putas son aquellas que sus parejas saben que ellas no van a estar ahí siempre. Si su comportamiento no es aceptable, si no son buenos esposos, buenos padres, buenos proveedores, se quedan solos. Digo proveedores, porque a ellas nos la mantiene nadie, pero tampoco mantienen a nadie. Si estan en la casa ejerciendo su rol de madre es porque lo desean, no porque las obligan. Son las mujeres que hacen trabajar a los hombres por lo que ellos quieren. Son las mujeres que usan la manipulación de Inception a beneficio de él o de los dos, nunca a beneficio de ellas solas. Son las mujeres que los hombres nunca llamarían puta.